
La cámara no busca velocidad. Busca presencia.
En esta sesión con KM en Blanco, Raquel deja de ser la figura que atraviesa kilómetros para convertirse en el punto donde todo se detiene. La moto —símbolo de ruta, independencia y ruido— se transforma en un espejo.
La idea no fue capturar la motociclista, sino la mujer que habita detrás del viaje: las pausas entre curvas, la mirada que decide cuándo partir, el pulso sereno de quien conoce el vértigo y aún así lo domestica.
En cada plano, la luz natural acaricia el metal y la piel por igual; el viento es un personaje invisible. Es un retrato que mezcla control y libertad, una conversación entre el acero y la calma.





El nombre KM en Blanco sugiere el inicio de algo que todavía no está escrito. Y en eso se basó todo el concepto visual: no mostrar una llegada, sino un punto intermedio.
Las fotografías trabajan con ese espacio liminal —ni arranque ni destino—, un instante suspendido entre el viaje y la reflexión. Las sombras se alargan, el fondo se simplifica, y Raquel se vuelve casi una escultura viva: quieta, pero con la sensación de que en cualquier momento la ruta volverá a llamarla.
Este proyecto no es un registro; es una pausa poética en medio del movimiento. Una historia contada sin palabras, con olor a asfalto y luz de atardecer.




