
Zacatecas de noche respira distinto. Las calles se vuelven escenarios y cada farol dibuja una historia sobre la piedra.
Entre esas sombras, un hombre vestido de charro rompe la quietud. No hay mariachi ni desfile; solo él y la ciudad. El brillo del sombrero, la textura del traje y la mirada firme crean un retrato que no busca nostalgia, sino presencia.
Tradición en un entorno contemporáneo, elegancia contra la crudeza del pavimento. Es un encuentro breve, casi cinematográfico, entre lo eterno y lo efímero.


La luz artificial cae sobre la cantera como un suspiro cálido. El charro camina despacio, y cada paso parece medido, consciente.
Más que un retrato costumbrista, esta fotografía busca capturar el peso simbólico de la identidad: orgullo, silencio, pertenencia. En la penumbra, la figura del charro no desaparece; al contrario, domina el espacio.
La noche no lo cubre, lo enmarca. Es Zacatecas mirándose a sí misma, reflejada en un traje impecable y un andar que no necesita escenario.


